LA DERECHA DESESPERADA
Rigoberto
Lanz - 2012
No
es de confiar la afirmación generalizada de que “se aprende con la
experiencia”. Sí pero no. Cuántas cosas podríamos relatar en las que la gente
hace lo mismo como si nada hubiese ocurrido. En el mundo político el asunto es
más evidente. Son muy lentos los aprendizajes, muy efímero su impacto cuando de
intereses se trata. Eso es lo que ocurre con episodios tan lamentables como
aquel 11 de abril que seguramente se recuerda con amargura y desolación. Sus
actores directos andan por allí en los escondrijos. Sus apoyadores disimulados
se encogen de vergüenza. Sus víctimas no pueden jugar a la venganza porque en
política no funcionan así las cosas. Conclusión: todo se revuelve como ungüento
maloliente que no sirve para nada, salvo tal vez – hoy – para olfatear la
recurrencia de la misma maldición en pequeñísimos grupos de la derecha
histérica que no está allí para aprender.
Hace
ahora una década la derecha fascistoide le impuso la agenda al resto del
conservadurismo del país. Una manifiesta incapacidad para jugar con reglas que
no son las propias condujo a las viejas élites por el barranco del puchismo.
Muchos sectores de la derecha republicana fueron embarcados en aquella
aventura. Entre ellos mismos se jugaron sucio y las facciones que representaban
lo peorcito tuvieron a punto de salirse con la suya. Todavía hoy persisten
varios misterios de cómo la derecha democrática se dejó timar tan fácilmente
por los bárbaros. Como quiera que sea, lo que no se discute es que de allí
venimos y eso pasó ayer nada más. Buena parte de los operadores en escena son
las mismas caras de aquellos fatídicos días, el caradurismo es uno de los
rasgos de la psico-política de estos tiempos.
¿Y
la gente? Ayer como hoy los conciudadanos que se identifican con la oposición
son – como siempre – una masa de uso múltiple que no está invitada para los
planes “B” y “C”. Aparte de ser “votantes”, ninguna otra propiedad le está
reservada a esta muchedumbre que va y viene de marcha en marcha sin ningún
destino. Por allá en los sótanos se maquinan los planes verdaderos que gente
sin escrúpulo pone a cabalgar sobre la ola de ingenuos manifestantes. Basta la
rabia que proviene de esos cocteles explosivos del histerismo disociado para
poblar de banderolas las rutilantes avenidas de las clases medias del país
(cada ciudad tiene marcado este sello de geografía social que permite
distinguir con facilidad los perfiles de esta etnología electoral).
¿Habrá
aprendido algo esta derecha residual? No estoy muy seguro. No estamos lidiando
con pensamiento político sino con mazamorra ideológica. No enfrentamos un
proyecto de país alternativo sino la furia babosa de odios y frustraciones
personales. No se trata de interactuar políticamente con formaciones
antagonistas sino de lidiar con patologías psico-políticas irrecuperables. Allí
no veo salidas terapéuticas que pasen por la persuasión y la autocrítica. La
contención de estas facciones anómicas sólo es posible con la anticipación de
la fuerza del Estado. La neutralización de los graves daños que pueden provocar
es una cuestión de inteligencia y seguridad.
¿Y
la derecha republicana? Aquí no hay nada seguro. Pero al menos podría esperarse
un cierto olfato para el cálculo político, para sacar bien las cuentas, para
saber a dónde van los intereses (que es un parámetro vital para la burguesía y
sus oficiantes). De la aventura de aquel 11 de abril debería quedar claro que
“trabajar para lapa” no tiene mucha gracia. Dejarse imponer la agenda de la
derecha histérica – otra vez – sería el colmo. Ello no es fatal, claro está, pero
tampoco está descartado. ¿De qué depende? De la acción combinada de varias
fuentes, entre ellas, del desmarcaje claro y categórico de los sectores
democráticos de cualquier aventurilla.
En
política vale casi todo, salvo hacer el papel de tontos… y repetirlo
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