TALLER-SEMINARIO
“EL
FETICHISMO DE LA MERCANCIA Y LA EPISTEMOLOGIA BURGUESA”
I.-
JUSTIFICACION DEL TEMA Y SU PAPEL EN EL ENCUBRIMIENTO DE LA EXPLOTACION DEL
TRABAJO
En el marco de la programa
investigativo que hemos propuesto en torno a “La
lógica del capital y la vigencia de la ley de valor-trabajo en la transición
socialista”, su estructuración y
secuencia se organiza en 12 talleres- seminarios, en correspondencia con los
diferentes áreas problemáticas que conforman el programa. De manera progresiva
iremos cubriendo los diversos aspectos del índice temático, sus autores y
bibliografía. En estos momentos de
apertura, hemos organizado un primer taller que comienza el 1° de Octubre de
2014 con lecturas dirigidas reconstruir el nexo entre la crítica epistemológica
y la crítica de la economía política.
En tal sentido, compartimos
el enfoque que vincula la lógica del capital con el fetichismo de la mercancía
como proceso de encubrimiento, de mitificación de la explotación del trabajo.
Comenzar con este tópico del
marxismo, a menudo olvidado y maltratado, tiene que ver no sólo con la
necesidad de denunciar la brutalidad de la explotación del capital, si no
también poner al descubierto los
procedimientos sutiles que intentan darle legitimidad y justificar su
existencia, tal como ocurre en el terreno del saber, de la elaboración teórica
II.- LECTURA
INTERPRETATIVA-COMPRENSIVA EN EL -TALLER - SEMINARIO
1. Habiendo ubicado la
agenda investigativa y contando con el apoyo bibliográfico, (en este caso se entrega
el material que sirve de base) se asigna las lectura dirigida por
preguntas directrices que funcionan como guía didáctica.
2. Los participantes en el
proceso formativo tiene acceso a estos materiales de apoyo con suficiente
tiempo de antelación, con el objeto de garantizar la lectura comprensiva del
texto, con el tema o párrafo acordado.
La mayoría de los participantes convocados tiene en su poder el dossier con
múltiples autores, los cuales también pueden ser consultados, tal es el caso de
Isacc Rubin quien trabaja en profundidad el tema del fetichismo de la mercancía
en Marx.
A continuación, se lee e interpreta el texto
individualmente, se hacen resúmenes o fichas, anotaciones diversas, se lleva un
cuaderno de notas personalizado.
3. Luego en equipo de trabajo, se realiza una puesta en
común y se leen las conclusiones de la
lectura y se discute colectivamente, se hacen preguntas y se plantean dudas,
confrontándose diversos puntos de vistas.
4- También se promueve el
Intercambios de experiencias o puesta en común con investigadores, colectivos o
movimientos sociales. Del mismo modo, se combinan las lecturas y discusiones con encuentros, foros, conferencias. Habrá
algunas actividades presenciales, pero en general la modalidad de estudio será
a distancia, empleando la plataforma de internet.
III.-
PREMISAS, CATEGORÍAS EPISTEMOLOGICAS Y
LENGUAJE SATIRICO, EMPLEADO POR
MARX EN LA LECTURA RECOMENDADA
De lecturas previas e intercambios sostenido con autores
que han trabajo el tema del fetichismo de la mercancía, hemos podido extraer
algunas enseñanzas en torno a dificultades lingüísticas y obstáculos cognitivos
que aparecen en la lectura del texto que se propone como material de estudio.
Sin pretender sustituir la
reflexión autónoma o “pensar con cabeza propia”, hemos seleccionado una serie
de términos, frases o párrafos, que apuntan a la caracterización del fenómeno del
fetichismo, siendo importante ubicar su valor
cognoscitivo a la hora de develar la maraña del proceso de explotación capitalista.
De una manera reiterativa
Marx emplea una terminología, que el mismo reconoce que coquetea con la
dialéctica hegeliana. Veamos a continuación un listado de términos, frases, conceptos
y categorías epistemológicas, recogidos en un texto cuyo objeto no estuvo
referido a las cuestiones de método:
-- Sutilezas metafísicas y resabios teológicos
-- Sustantivación
-- Inversión
sujeto-predicado
-- Trabajo abstracto-trabajo
concreto
-- Objeto físicamente metafísico
--Forma y contenido
-- Objetivación
--Cosificación
-- Cosa exterior
-- Forma fantasmagórica
-- Desdoblamiento
-- Equivalente general
-- No lo saben, pero lo
hacen
-- Jeroglíficos sociales
-- Espíritus cautivos
-- Fuerza de la costumbre
-- Movimiento de cosas
Trabajo socialmente
necesario
--Magnitud del valor
--Valor de cambio
--Valor de uso
-- Forma absurda y
disparatada
-- Misticismo del mundo de
las mercancías,
-- Encanto y el misterio que
nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías
-- Factores sustanciales del
valor
-- Vínculos personales de
sujeción
-- Forma fantástica
-- Disfrazarse de relaciones
sociales entre las cosas,
--Sólo se despojará de su
halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y
puesta bajo su mando consciente y racional.
-- Se escondía bajo estas
formas.
-- Llevan estampado en la
frente su estigma
--Fetichismo adherido al
mundo de las mercancías
-- Apariencia material de
las condiciones sociales del trabajo,
-- Su fetichismo parece
relativamente fácil de analizar
-- Se borra hasta esta
apariencia de sencillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del sistema
monetario?
-- Objetos naturales dotados
de virtudes sociales maravillosas
-- Caen también,
ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan pronto corno tratan del
capital?
-- Confirma la peregrina
circunstancia de que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin cambio,
en un plano de relaciones directas con ellas, mientras que el valor sólo se
realiza mediante el cambio, es decir, en un proceso social
--Se contenta con
sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y
engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de
su mundo, corno el mejor de los mundos posibles.
-- En esto se parecen a los
teólogos, que clasifican también las religiones en dos categorías. Toda
religión que no sea la suya propia, es invención humana: la suya, en cambio,
revelación divina.
-- Uno de los defectos
fundamentales de la economía política clásica es el no haber conseguido jamás
desentrañar del análisis de la mercancía, y más especialmente del valor de
ésta, la forma del valor que lo convierte en valor de cambio.
--No ve en el valor más que
la forma social, o más bien su simple apariencia, desnuda de toda sustancia.
-- Entiendo por economía
política clásica toda la economía que, investiga la concatenación interna del
régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe
más que hurgar en las concatenaciones aparentes
Con la anterior reseña de los
tics donde Marx ubica algunos rasgos del fetichismo de la mercancía, cada
participante realizando la respectiva lectura directa del texto recomendado que aparece al final, puede
comparar, ubicar, rastrear, contextualizar y sacar sus propias conclusiones,
presentándolas en un breve resumen que no debe pasar de 3 cuartilla. Aquí
recomendamos también utilizar algún diccionario especializado que sirva como
bibliografía de apoyo. Este trabajo previo, se considera ineludible para participar
con aportes y contribuir en los resultados exitosos del taller.
Un elemento ordenador del debate, lo juega el empleo de preguntas directrices, como por ejemplo:
1* ¿Puede suprimirse la
lógica del capital, sin combatir su epistemología de base: RELACIONES
APARIENCIALES, INVERSIÓN SUJETO-PREDICADO, MISTIFICACION, SIMPLISMO Y
FRAGMENTACION DEL CONOCIMIENTO?
2* ¿Cuál es la diferencia entre la economía clásica y vulgar con el marxismo en lo relativo al fetichismo
de la mercancí?
IV.
ALGUNAS PROPUESTAS DE PLAN DE TRABAJO
•A partir de la recepción de este documento y
acusando recibo del mismo, los participantes organizan su cronograma y plan de
lectura, teniendo como fecha de inicio el 3 de Noviembre y finalizando el 30
del mismo mes.
•En las regiones o
instituciones donde existen varios participantes o equipos, recomendamos formar
pares para el intercambio
•Se están constituyendo
grupos interactivos en internet.
•Los resultados o avances
investigativos pueden intercambiarse socializando los correos de los
participantes. Por ahora, el correo de enlace es encuentromarxistacritico@gmail.com
•Hacia la 1° semana de
Diciembre de 2014, se plantea realizar un evento en alguna universidad,
por lo que se está conversando para
establecer la mejor opción.
•De igual manera, estamos
promoviendo esta experiencia investigativa-formativa en algunas instituciones,
centros de investigación, etc.
Al ser esta una iniciativa
libremente asociada, sus actividades son autogestionada y su fortaleza recae en
el compromiso de los participantes. Como uno de sus objetivos en constituir una
corriente que se reclama del marxismo crítico, planteamos tener una lectura de
construcción de redes y espacios de encuentro con individualidades y colectivos
afines.
E/Carlos Lanz Rodríguez
30 de Octubre de 2014
MATERIAL DE LECTURA PARA EL 1er TALLER-SEMINARIO
Carlos Marx.
El
capital: Crítica de la Economía Política, Tomo I. México:
Fondo de Cultura Económica.
“El
fetichismo de la mercancía, y su secreto
A primera vista, parece como
si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas,
vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de
resabios teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra
nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista
de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta
propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la actividad
del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de
ellas. La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa.
No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar
y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa se
convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus
patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás
mercancías, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más
peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio
impulso. 28 Como vemos, el carácter
místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Pero tampoco brota del
contenido de sus determinaciones de valor. En primer lugar, porque por mucho
que difieran los trabajos útiles o actividades productivas, es una verdad
fisiológica incontrovertible que todas esas actividades son funciones del
organismo humano y que cada una de ellas, cualesquiera que sean su contenido y
su forma, representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos,
sentidos, etc. En segundo lugar, por lo que se refiere a la magnitud de valor y
a lo que sirve para determinarla, o sea, la duración en el tiempo de aquel
gasto o la cantidad de trabajo invertido, es evidente que la cantidad se
distingue incluso mediante los sentidos de la calidad del trabajo. El tiempo de
trabajo necesario para producir sus medios de vida tuvo que interesar por
fuerza al hombre en todas las épocas, aunque no le interesase por igual en las
diversas fases de su evolución. 29 Finalmente, tan pronto como los hombres
trabajan los unos para los otros, de cualquier modo que lo hagan, su trabajo
cobra una forma social. ¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que
presenta el producto del trabajo, tan pronto como reviste forma de mercancía?
Procede, evidentemente, de esta misma forma. En las mercancías, la igualdad de
los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor
de los productos del trabajo, el grado en que se gaste la fuerza humana de
trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de
valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las relaciones entre unos y
otros productores, relaciones en que se traduce la función social de sus
trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de
su trabajo. El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto,
pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del
trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de
su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la
relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la
sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al
margen de sus productores. Este quid pro quo es lo que convierte a los
productos de trabajo en mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en
objetos sociales. Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de
un objeto en el nervio visual, que parece como si no fuese una excitación
subjetiva del nervio de la vista, sino la forma material de un objeto situado
fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la cosa
exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo. Es una relación
física entre objetos físicos. En cambio, la forma mercancía y la relación de
valor de los productos del trabajo en que esa forma cobra cuerpo, no tiene
absolutamente nada que ver con su carácter físico ni con las relaciones
materiales que de este carácter se derivan. Lo que aquí reviste, a los ojos de
los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales
no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos
hombres. Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos
que remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los
productos de la mente humana semejan seres dotados de vida propia, de
existencia independiente, y relacionados entre sí y con los hombres. Así
acontece en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del hombre.
A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los
productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancías y que es
inseparable, por consiguiente, de este modo de producción. Este carácter
fetichista del mundo de las mercancías responde, como lo ha puesto ya de
manifiesto el análisis anterior, al carácter social genuino y peculiar del trabajo
productor de mercancías. Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías
es, pura y simplemente, porque son productos de trabajos privados
independientes los unos de los otros. El conjunto de estos trabajos privados
forma el trabajo colectivo de la sociedad. Como los productores entran en
contacto social al cambiar entre sí los productos de su trabajo, es natural que
el carácter específicamente social de sus trabajos privados sólo resalte dentro
de este intercambio. También podríamos decir que los trabajos privados sólo
funcionan como eslabones del trabajo colectivo de la sociedad por medio de las
relaciones que el cambio establece entre los productos del trabajo y, a través
de ellos, entre los productores. Por eso, ante éstos, las relaciones sociales
que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son; es
decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus
trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales
entre cosas. Es en el acto de cambio donde los productos del trabajo cobran una
materialidad de valor socialmente igual e independiente de su múltiple y
diversa materialidad física de objetos útiles. Este desdoblamiento del producto
del trabajo en objeto útil y materialización de valor sólo se presenta
prácticamente allí donde el cambio adquiere la extensión e importancia
suficientes para que se produzcan objetos útiles con vistas al cambio, donde,
por tanto, el carácter de valor de los objetos se acusa ya en el momento de ser
producidos. A partir de este instante, los trabajos privados de los productores
asumen, de hecho, un doble carácter social. De una parte, considerados como
trabajos útiles concretos, tienen necesariamente que satisfacer una determinada
necesidad social y encajar, por tanto, dentro del trabajo colectivo de la
sociedad, dentro del sistema elemental de la división social del trabajo. Mas,
por otra parte, sólo serán aptos para satisfacer las múltiples necesidades de
sus propios productores en la medida en que cada uno de esos trabajos privados
y útiles concretos sea susceptible de ser cambiado por cualquier otro trabajo
privado útil, o lo que es lo mismo, en la medida en que represente un
equivalente suyo. Para encontrar la igualdad toto coelo(13) de diversos trabajos,
hay que hacer forzosamente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al
carácter común a todos ellos como desgaste de fuerza humana de trabajo , como
trabajo humano abstracto. El cerebro de los productores privados se limita a
reflejar este doble carácter social de sus trabajos privados en aquellas formas
que revela en la práctica el mercado, el cambio de productos: el carácter
socialmente útil de sus trabajos privados, bajo la forma de que el producto del
trabajo ha de ser útil, y útil para otros; el carácter social de la igualdad de
los distintos trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a todos esos
objetos materialmente diversos que son los productos del trabajo. Por tanto,
los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores
porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un
trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar unos con otros en el cambio,
como valores , sus diversos productos , lo que hacen es equiparar entre sí sus
diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo
hacen. 30 Por tanto, el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de
ello, convierte a todos los productos del trabajo en jeroglíficos sociales.
Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por descifrar el sentido de estos
jeroglíficos, por descubrir el secreto de su propio producto social, pues es
evidente que el concebir los objetos útiles como valores es obra social suya ,
ni más ni menos que el lenguaje. El descubrimiento científico tardío de que los
productos del trabajo , considerados como valores, no son más que expresiones
materiales del trabajo humano invertido en su producción, es un descubrimiento
que hace época en la historia del progreso humano, pero que no disipa ni mucho menos
la sombra material que acompaña al carácter social del trabajo. Y lo que sólo
tiene razón de ser en esta forma concreta de producción, en la producción de
mercancías, a saber: que el carácter específicamente social de los trabajos
privados independientes los unos de los otros reside en lo que tienen de igual
como modalidades que son de trabajo humano, revistiendo la forma del carácter
de valor de los productos del trabajo, sigue siendo para los espíritus cautivos
en las redes de la producción de mercancías, aun después de hecho aquel
descubrimiento, algo tan perenne y definitivo como la tesis de que la
descomposición científica del aire en sus elementos deja intangible la forma
del aire como forma física material. Lo que ante todo interesa prácticamente a
los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos productos ajenos
obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán unos
productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerza
de la costumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia naturaleza
inherente a los productos del trabajo; como si, por ejemplo, 1 tonelada de
hierro encerrase el mismo valor que 2 onzas de oro, del mismo modo que 1 libra
de oro y 1 libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus distintas
propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter de valor de los
productos del trabajo sólo se consolida al funcionar como magnitudes de valor.
Estas cambian constantemente, sin que en ello intervengan la voluntad, el
conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el
cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento
de cosas bajo cuyo control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y
hace falta que la producción de mercancías se desarrolle en toda su integridad,
para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los
trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros,
aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua
interdependencia, como eslabones elementales que son de la división social del
trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social,
porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus
productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo
socialmente necesario para su producción, al modo como se impone la ley de la
gravedad cuando se le cae a uno la casa encima. 31 La determinación de la
magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se
esconde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de las
mercancías. El descubrimiento de este secreto destruye la apariencia de la
determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los productos del
trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material. La reflexión acerca de las formas de la
vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico de ésta, sigue en general
un camino opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca,
por tanto, de los resultados preestablecidos del proceso histórico. Las formas
que convierten a los productos del trabajo en mercancías y que, como es
natural, presuponen la circulación de éstas, poseen ya la firmeza de formas
naturales de la vida social antes de que los hombres se esfuercen por
explicarse, no el carácter histórico de estas formas, que consideran ya algo
inmutable, sino su contenido. Así se comprende que fuese simplemente el
análisis de los precios de las mercancías lo que llevó a los hombres a
investigar la determinación de la magnitud del valor, y la expresión colectiva
en dinero de las mercancías lo que les movió a fijar su carácter valorativo.
Pero esta forma acabada del mundo de las mercancías –la forma dinero –, lejos
de revelar el carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las
relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace es encubrirlas.
Si digo que la levita, las botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización
general de trabajo humano abstracto, enseguida salta a la vista lo absurdo de
este modo de expresarse. Y sin embargo, cuando los productores de levitas,
botas, etc., refieren estas mercancías al lienzo –o al oro y la plata, que para
el caso es lo mismo – como equivalente general, refieren sus trabajos privados
al trabajo social colectivo bajo la misma forma absurda y disparatada. Estas
formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía
burguesa. Son formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas,
en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de
producción históricamente dado que es la producción de mercancías. Por eso,
todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio
que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se
esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción. Y ya que
la economía política gusta tanto de las robinsonadas, 32 observemos ante todo a
Robinson en su isla. Pese a su innata sobriedad, Robinson tiene forzosamente
que satisfacer toda una serie de necesidades que se le presentan, y esto le
obliga a ejecutar diversos trabajos útiles: fabrica herramientas, construye
muebles, domestica llamas, pesca, caza etc. Y no hablamos del rezar y de otras
cosas por el estilo, pues nuestro Robinson se divierte con ello y considera
esas tareas como un goce. A pesar de toda la diversidad de sus funciones
productivas, él sabe que no son más que diversas formas o modalidades del mismo
Robinson, es decir, diversas manifestaciones de trabajo humano . El mismo
agobio en que vive le obliga a distribuir minuciosamente el tiempo entre sus
diversas funciones. El que unas ocupan más sitio y otras menos, dentro de su
actividad total, depende de las dificultades mayores o menores que tiene que
vencer para alcanzar el resultado útil apetecido. La experiencia se lo enseña
así, y nuestro Robinson que ha logrado salvar del naufragio reloj, libro de
cuentas, tinta y pluma, se apresura, como buen inglés, a contabilizar su vida.
En su inventario figura una relación de los objetos útiles que posee, de las
diversas operaciones que reclama su producción y finalmente del tiempo de
trabajo que exige, por término medio, la elaboración de determinadas cantidades
de estos diversos productos. Tan claras y tan sencillas son las relaciones que
median entre Robinson y los objetos que forman su riqueza, riqueza salida de
sus propias manos, que hasta un señor M. Wirth podría comprenderlas sin estrujar
mucho el caletre. Y, sin embargo, en esas relaciones se contienen ya todos los
factores sustanciales del valor. Trasladémonos ahora de la luminosa isla de
Robinson a la tenebrosa Edad Media europea. Aquí, el hombre independiente ha
desaparecido; todo el mundo vive sojuzgado: siervos y señores de la gleba,
vasallos y señores feudales, seglares y eclesiásticos. La sujeción personal
caracteriza, en esta época, así las condiciones sociales de la producción
material como las relaciones de vida cimentadas sobre ella. Pero, precisamente
por tratarse de una sociedad basada en los vínculos personales de sujeción, no
es necesario que los trabajos y los productos revistan en ella una forma
fantástica distinta de su realidad. Aquí, los trabajos y los productos se incorporan
al engranaje social como servicios y prestaciones. Lo que constituye la forma
directamente social del trabajo es la forma natural de éste, su carácter
concreto, y no su carácter general, como en el régimen de producción de
mercancías. El trabajo del vasallo se mide por el tiempo, ni más ni menos que
el trabajo productivo de mercancías, pero el siervo sabe perfectamente que es
una determinada cantidad de su fuerza personal de trabajo la que invierte al
servicio de su señor. El diezmo abonado al clérigo es harto más claro que las
bendiciones de éste. Por tanto, cualquiera que sea el juicio que nos merezcan
los papeles que aquí representan unos hombres frente a otros, el hecho es que
las relaciones sociales de las personas en sus trabajos se revelan como
relaciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones sociales entre las
cosas, entre los productos de su trabajo.
Para estudiar el trabajo común, es decir, directamente socializado, no
necesitamos remontarnos a la forma primitiva del trabajo colectivo que se alza
en los umbrales históricos de todos los pueblos civilizados. 33 La industria
rural y patriarcal de una familia campesina, de esas que producen trigo,
ganado, hilados, lienzo, prendas de vestir, etc., para sus propias necesidades,
nos brinda un ejemplo mucho más al alcance de la mano. Todos esos artículos
producidos por ella representan para la familia otros tantos productos de su
trabajo familiar, pero no guardan entre sí relación de mercancías. Los diversos
trabajos que engendran estos productos, la agricultura y la ganadería, el
hilar, el tejer y el cortar, etc., son, por su forma natural, funciones
sociales, puesto que son funciones de una familia en cuyo seno reina una
división propia y elemental del trabajo, ni mas ni menos que en la producción
de mercancías. Las diferencias de sexo y edad y las condiciones naturales del
trabajo, que cambian al cambiar las estaciones del año, regulan la distribución
de esas funciones dentro de la familia y el tiempo que los individuos que la
componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de las fuerzas individuales de
trabajo, graduado por su duración en el tiempo, reviste la forma lógica y
natural de un trabajo determinado socialmente, ya que en este régimen las
fuerzas individuales de trabajo sólo actúan de por sí corno órganos de la
fuerza colectiva de trabajo de la familia. Finalmente, imaginémonos, para
variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios colectivos de
producción y que desplieguen sus numerosas fuerzas individuales de trabajo, con
plena conciencia de lo que hacen, como una gran fuerza de trabajo social. En
esta sociedad se repetirán todas las normas que presiden el trabajo de un
Robinson, pero con carácter social y no individual. Los productos de Robinson
eran todos producto personal y exclusivo suyo, y por tanto objetos directamente
destinados a su uso. El producto colectivo de la asociación a que nos referimos
es un producto social . Una parte de este producto vuelve a prestar servicio
bajo la forma de medios de producción. Sigue siendo social. Otra parte es
consumida por los individuos asociados, bajo forma de medios de vida. Debe, por
tanto, ser distribuida. El carácter de esta distribución variará según el
carácter especial del propio organismo social de producción y con arreglo al
nivel histórico de los productores. Partiremos, sin embargo, aunque sólo sea a
título de paralelo con el régimen de producción de mercancías, del supuesto de
que la participación asignada a cada productor en los medios de vida depende de
su tiempo de trabajo . En estas condiciones, el tiempo de trabajo
representaría, como se ve, una doble función. Su distribución con arreglo a un
plan social servirá para regular la proporción adecuada entre las diversas
funciones del trabajo y las distintas necesidades. De otra parte y
simultáneamente, el tiempo de trabajo serviría para graduar la parte individual
del productor en el trabajo colectivo y, por tanto, en la parte del producto
también colectivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las relaciones
sociales de los hombres con su trabajo y los productos de su trabajo son
perfectamente claras y sencillas, tanto en lo tocante a la producción como en
lo que se refiere a la distribución. Para una sociedad de productores de
mercancías, cuyo régimen social de producción consiste en comportarse respecto
a sus productos como mercancías , es decir como valores , y en relacionar sus
trabajos privados, revestidos de esta forma material , como modalidades del
mismo trabajo humano , la forma de religión más adecuada es, indudablemente, el
cristianismo , con su culto del hombre abstracto, sobre todo en su modalidad
burguesa, bajo la forma de protestantismo, deísmo, etc. En los sistemas de
producción de la antigua Asia y de otros países de la Antigüedad, la transformación
del producto en mercancía, y por tanto la existencia del hombre como productor
de mercancías, desempeña un papel secundario, aunque va cobrando un relieve
cada vez más acusado a medida que aquellas comunidades se acercan a su fase de
muerte. Sólo enquistados en los intersticios del mundo antiguo, como los dioses
de Epicuro o los judíos en los poros de la sociedad polaca, nos encontramos con
verdaderos pueblos comerciales. Aquellos antiguos organismos sociales de
producción son extraordinariamente más sencillos y más claros que el mundo
burgués, pero se basan, bien en el carácter rudimentario del hombre ideal, que
aún no se ha desprendido del cordón umbilical de su enlace natural con otros
seres de la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y esclavitud.
Están condicionados por un bajo nivel de progreso de las fuerzas productivas
del trabajo y por la natural falta de desarrollo del hombre dentro de su
proceso material de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con otros
y frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja de un modo ideal en las
religiones naturales y populares de los antiguos. El reflejo religioso del
mundo real sólo podrá desaparecer para siempre cuando las condiciones de la
vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones claras
y racionales entre si y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social
de vida, o lo que es lo mismo, del proceso material de producción, sólo se
despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente
socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para ello, la
sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones
materiales de existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa
evolución. La economía política ha analizado, indudablemente, aunque de un modo
imperfecto, 34 el concepto del valor y su magnitud, descubriendo el contenido
que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse
siquiera por qué este contenido reviste aquella forma, es decir, por qué el
trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo
de su duración se traduce en la magnitud de valor del producto del trabajo. 35
Trátase de fórmulas que llevan estampado en la frente su estigma de fórmulas
propias de un régimen de sociedad en que es el proceso de producción el que
manda sobre el hombre, y no éste sobre el proceso de producción; pero la
conciencia burguesa de esa sociedad las considera como algo necesario por
naturaleza, lógico y evidente como el propio trabajo productivo. Por eso, para
ella, las formas preburguesas del organismo social de producción son algo así
como lo que para los padres de la Iglesia, v. gr., las religiones anteriores a
Cristo. 36 Hasta qué punto el
fetichismo adherido al mundo de las mercancías, o sea la apariencia material de
las condiciones sociales del trabajo, empaña la mirada de no pocos economistas,
lo prueba entre otras cosas esa aburrida y necia discusión acerca del papel de
la naturaleza en la formación del valor de cambio. El valor de cambio no es más
que una determinada manera social de expresar el trabajo invertido en un objeto
y no puede, por tanto, contener materia alguna natural, como no puede
contenerla, v. gr., la cotización cambiaria. La forma mercancía es la forma más
general y rudimentaria de la producción burguesa, razón por la cual aparece en
la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter predominante y
peculiar que hoy día tiene; por eso su fetichismo parece relativamente fácil de
analizar. Pero al asumir formas mas concretas, se borra hasta esta apariencia
de sencillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del sistema monetario? El
sistema monetario no veía en el oro y la plata, considerados como dinero,
manifestaciones de un régimen social de producción, sino objetos naturales
dotados de virtudes sociales maravillosas. Y los economistas modernos, que
miran tan por encima del hombro al sistema monetario ¿no caen también,
ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan pronto corno tratan del
capital? ¿Acaso hace tanto tiempo que se ha desvanecido la ilusión fisiocrática
de que la renta del suelo brotaba de la tierra, y no de la sociedad? Pero no
nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un ejemplo referente a la propia
forma de las mercancías. Si éstas pudiesen hablar, dirían: es posible que
nuestro valor de uso interese al hombre, pero el valor de uso no es atributo
material nuestro. Lo inherente a nosotras, como tales cosas , es nuestro valor.
Nuestras propias relaciones de mercancías lo demuestran. Nosotras sólo nos
relacionamos las unas con las otras como valores de cambio. Oigamos ahora cómo
habla el economista, leyendo en el alma de la mercancía: el valor (valor de
cambio) es un atributo de las cosas, la riqueza (valor de uso) un atributo del
hombre. El valor, considerado en este sentido, implica necesariamente el
cambio; la riqueza, no. 37 “La riqueza (valor de uso) es atributo del hombre;
el valor, atributo de las mercancías. Un hombre o una sociedad son ricos; una
perla o un diamante son valiosos... Una perla o un diamante encierran valor
como tal perla o diamante. ”38 Hasta hoy, ningún químico ha logrado descubrir
valor de cambio en el diamante o en la perla. Sin embargo, los descubridores
económicos de esta sustancia química, jactándose de su gran sagacidad crítica,
entienden que el valor de uso de las cosas es independiente de sus cualidades
materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas. Y en esta opinión los
confirma la peregrina circunstancia de que el hombre realiza el valor de uso de
las cosas sin cambio, en un plano de relaciones directas con ellas, mientras
que el valor sólo se realiza mediante el cambio, es decir, en un proceso social
. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen Dogberry, cuando le decía a
Seacoal, el sereno: “La traza y la figura las dan las circunstancias , pero el
saber leer y escribir es un don de la naturaleza.” 39
Notas al pie del Cap. I
1 Carlos Marx, Contribución
a la crítica de la economía política. Berlín, 1859, p. 3. 2 "Apetencia
implica necesidad; es el apetito del espíritu, tan natural en éste corno el
hambre en el cuerpo ... La mayoría (de las cosas) tiene un valor por el hecho
de satisfacer las necesidades del espíritu" (Nicolás Barbon, A Discourse
on coining the new money lighter, ín answer to Mr. Locke Considorations , etc.
Londres, 1696, pp. 2, 3. (1) 3 "Las cosas tienen una virtud interna (
Vertue es , en Barbon, el término específico para designar el valor de uso ),
virtud que es siempre y en todas partes la misma, al modo como la del imán de
atraer el hierro." (Barbon, A Discourse on coining the new money lighter ,
p. 6.) Sin embargo, la propiedad del imán de atraer el hierro no fue útil hasta
que por medio de ella se descubrió la polaridad magnética 4 "El valor
natural (natural worth) de todo objeto consiste en su capacidad para satisfacer
las necesidades elementales de la vida humana o para servir a la comodidad del
hombre" (John Locke, Some Considerations on the Consequences of the
lowering of interest (2). 1691, en Works, ed. Londres, 1777, vol. II, p. 28).
En los escritores ingleses del siglo XVII es corriente encontrarse todavía con
dos términos distintos para designar el valor de uso y el valor de cambio, que
son los de "worth" y “value” “respectivamente, como cuadra al
espíritu de una lengua que gusta de expresar la idea directa con un término
germánico y la idea refleja con un término latino. 5 En la sociedad burguesa,
reina la fictio juris (3) de que todo comprador de mercancías posee
conocimientos enciclopédicos acerca de éstas. 6 "El valor consiste en la
proporción en que se cambia un objeto por otro. una determinada cantidad de un
producto por una determinada cantidad de otro” (Le Trosne. De l´intéret social
. Physiocrates (4), ed. Daire, París, 1846, p. 889). 7 “Nada puede encerrar un
valor de cambio intrínseco” (N. Barbon, A Discourse on coining the new money
lighter , p. 6. 0, como dice Butler:
The value of a thing Is just as
much as it will bring . (6)
8 “One sort of wares are as
good as another, if the value be equal . There is no difference or distinction
in things of equal value . .” Y Barbon continua: “...100 libras esterlinas de
plomo o de hierro tienen exactamente el mismo valor de cambio que 100 libras
esterlinas de plata o de oro." ("One hundred pounds worth of lead or
iron, is of as great a value as one hundred pounds worth of silver and
gold.") A Discourse on coining the new money lighter, pp. 53 y 7.
9 Nota a la 2° edici6n.
"The value of them (the necessaries of life) when they are exchanged the
one for another, is regulated by the quantity of labour necessarily required
and commonly taken in producing them" (Some Thoughts on the Interest of
Money in general. and particularly in the Public Funds, etc., Londres. p. 36).
Esta notable obra anónima del siglo pasado no lleva fecha de publicación. Sin
embargo, de su contenido se deduce que debió de ver la luz bajo el reinado de
Jorge II, hacia los años 1739 ó 1740. 10 "Los productos del mismo trabajo
forman un todo, en rigor, una sola masa, cuyo precio se determina de un modo
general y sin atender a las circunstancias del caso concreto." (Le Trosne,
De l’Interet Social , p. 983.) 11 Carlos
Marx, Contribución a la crítica de la economía política , p. 6. 12 Nota a la
4°ed. He añadido lo que aparece entre paréntesis para evitar el error, bastante
frecuente, de los que creen que Marx considera mercancía, sin más, todo
producto consumido por otro que no sea el propio productor. –F. E. 13 Carlos
Marx, Contribución a la crítica de la economía,
pp. 12, 13 y ss 14 “Los fenómenos
del universo, ya los provoque la mano del hombre, ya se hallen regidos por las
leyes generales de la naturaleza, no representan nunca una verdadera creación
de la nada, sino una simple transformación de la materia. Cuando el espíritu
humano analiza la idea de la reproducción, se encuentra siempre,
constantemente, como únicos de uso, si bien el autor, en esta su polémica
contra los fisíócratas, no sabe él mismo a ciencia cierta a qué clase
elementos. con las operaciones de asociación y disociación; exactamente lo
mismo acontece con la reproducción del valor (valore, valor de uso, si bien el
autor, en esta su polémica contra los fisiócratas, no sabe él mismo a ciencia
cierta a qué clase de valor se refiere) y de la riqueza, cuando la tierra, el
aire y el agua se transforman en trigo sobre el campo o cuando, bajo la mano
del hombre, la secreción viscosa de un insecto se convierte en seda o unas
cuantas piezas de metal se ensamblan para formar un reloj de repetición"
(Pietro Verri. Meditazíoni sulla Economía P olítica , obra impresa por vez
primera en 1773, Economistas ita- lianos, ed. Custodi, Parte Moderna, vol. XV,
p. 22.) 15 Ver Hegel, Philosophie des Rechts, Berlín, 1840, p. 250 f 190.
16 Advierta el lector que
aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de
trabajo, supongamos, sino al valor de las mercancías en que su jornada de
trabajo se traduce. En esta primera fase de nuestro estudio, es como sí la categoría
del salario no existiese. 17 Nota a la 2° ed. Para probar "que el trabajo
es la única medida definitiva y real por la que puede apreciarse y compararse
en todos los tiempos y en todos los lugares el valor de todas las
mercancías", dice A. Smith: "Cantidades iguales de trabajo poseen
siempre el mismo valor para el obrero, en todos los tiempos y en todos los
lugares. En su estado normal de salud, fuerza y diligencia y supuesto en él el
grado medio de destreza, el obrero tiene que sacrificar siempre la misma
cantidad de descanso, libertad y dicha." (Wealth of "ations , t. I,
cap. 5 [ed. E. G.]. Wakefield. Londres, 1836. t. I, pp 104, s.). De una parte.
A. Smith confunde aquí (aunque no siempre) la determinación del valor por la
cantidad de trabajo invertida en la producción de la mercancía con la
determinación de los valores de las mercancías por el valor del trabajo,
pretendiendo por tanto demostrar que a cantidades iguales de trabajo
corresponde siempre un valor igual. De otra parte, presiente que el trabajo, en
cuanto materializado en el valor de las mercancías, sólo interesa como gasto de
fuerza de trabajo , pero vuelve a concebir este acto simplemente como un
sacrificio del descanso, la libertad y la dicha del obrero, y no como una
función normal de vida. Claro está que, al decir esto, se refiere al obrero
asalariado moderno. Mucho más acertado anda el precursor anónimo de A. Smith
citado en la p. 44 n. 9, cuando dice: “Una persona invierte una semana en
producir un objeto útil ... Si otra le da a cambio de él otro objeto, no
dispondría de medida mejor para apreciar la verdadera equivalencia entre los
dos objetos que calcular cuál de los que posee le ha costado el mismo trabajo (
labour ) y el mismo tiempo. Lo cual quiere decir, en realidad, que el trabajo
que una persona ha empleado en su producto durante un determinado período de
tiempo se cambia por el trabajo que la otra ha invertido en otro objeto durante
un período de tiempo igual." (Some Thoughts on the Interest of money etc.,
p. 39.) (Nota a la 4° ed. El idioma inglés tiene la ventaja de poseer dos
términos distintos para designar estos dos aspectos distintos del trabajo. El
trabajo que crea valores de uso y se determina cualitativamente recibe el
nombre de work , para distinguirlo del trabajo que crea valor y sólo se mide
cuantitativamente, al que se da el nombre de labour . Véase nota a la edición
inglesa, p. 14.–F. E.) 18 Los pocos economistas que, como S. Bailey, se han
ocupado de analizar la forma del valor, no han conseguido llegar a ningún resultado
positivo; en primer lugar, porque confunden la forma del valor con el valor, y
en segundo lugar porque, influidos burdamente por el criterio del burgués
práctico, se limitan desde el primer momento a enfocar exclusivamente la
determinabilidad cuantitativa del valor. “La posibilidad de disponer de una
cantidad ... es lo que constituye el valor ” ( Money and its Vicissitudes.
Londres, 1837, p. 11. Autor, S. Bailey). 19 Nota a la 2° ed. Uno de los
primeros economistas que comprendió, después de William Petty, la naturaleza
del valor, el famoso Franklin, dice: “Puesto que el comercio no es sino el
cambio de unos trabajos por otros, como más exactamente se determinará el valor
de todos los objetos será tasándolos en trabajo”. (The Works of B. Franklin, etc.,
ed. Sparks, Boston, 1836, vol. II, p. 267.) Franklin no se da cuenta de que, al
tasar en “trabajo” el valor de todos los objetos, hace abstracción de la
diversidad de los trabajos que se cambian, reduciéndolos a un trabajo humano
igual. No se da cuenta de ello, pero lo dice. Primero, habla de “unos
trabajos”, luego de “otros” y por último de “Trabajo” en general, como
sustancia del valor de todos los objetos. 20 Al hombre le ocurre en cierto modo
lo mismo que a las mercancías. Como no viene al mundo provisto de un espejo ni
proclamando filosóficamente, como Fichte: “yo soy yo”, sólo se refleja, de
primera intención, en un semejante. Para referirse a sí mismo como hombre, el
hombre Pedro tiene que empezar refiriéndose al hombre Pablo como a su igual. Y
al hacerlo así, el tal Pablo es para él, con pelos y señales, en su corporeidad
paulina, la forma o manifestación que reviste el género hombre. 21 Empleamos aquí la palabra “valor”, como ya
hemos hecho más arriba alguna que otra vez, en la acepción de valor
cuantitativamente determinado, o sea, como sinónimo de magnitud de valor. 22
Nota a la 2° ed. Esta incongruencia entre la magnitud del valor y su expresión
relativa ha sido explotada por la economía vulgar con la perspicacia a que nos
tiene acostumbrados. Por ejemplo: “Conceded tan sólo que A disminuye al
aumentar B, objeto por el que aquél se cambia, aunque el trabajo invertido en A
sea el mismo, y vuestro principio general de valor se derrumbará... Con sólo
reconocer que por el mero hecho de que el valor de A experimente un aumento
relativo respecto a B el valor de B disminuye relativamente respecto a A, se
desmorona el fundamento en que Ricardo basa toda su tesis de que el valor de
una mercancía depende siempre de la cantidad de trabajo materializado en ella.
Pues, si al cambiar el costo de A no sólo cambia su propio valor en relación a
B, o sea, el objeto por el que se cambia, sino que varía también relativamente
el valor de B respecto al de A, a pesar de no operarse el menor cambio en la
cantidad de trabajo necesario para la producción de B, no sólo se viene a
tierra la doctrina que asegura que el valor de un artículo se regula por la
cantidad de trabajo invertida en él, sino también la doctrina de que es el
costo de producción de un artículo lo que regula su valor” (J. Broadhurst,
Treatise on Political Economy , Londres, 1834. páginas 11 y 14). El señor Broadhurst podría decir, con igual
razón: Contemplemos los quebrados 10/20, 10/50, 10/100, etc. El 20 50
100 numerador 10 permanece
invariable, y sin embargo, su magnitud
proporcional, o sea su magnitud con relación a los denominadores 20, 50, 100,
disminuye constantemente. Esto echa por tierra el gran principio de que la
magnitud de un número entero, por ejemplo 10, se “regula” por el número de unidades
que contiene. 23 Con estas determinaciones por efecto reflejo ocurre siempre
una cosa curiosa. Tal hombre es, por ejemplo, rey porque otros hombres se
comportan respecto a él como súbditos. Pero ellos, a su vez creen ser súbditos
porque el otro es rey. 24 Nota a la 2° ed. F.D.A. Ferrier (subinspector de
aduanas). Du Gouvernement consideré dans ses rapports avec le commerce , París,
1805, y Charles Ganilh, Des Systemes de l’économie politique, 2° ed. París,
1821. 25 Nota a la 2° ed. En Homero, por ejemplo, el valor de un objeto aparece
expresado en una serie de objetos distintos. 26 Por eso se habla del valor del
lienzo en levitas, cuando su valor se representa en estas prendas, de su valor
en trigo, cuando se representa en trigo, etc. Estas expresiones indican que es
su valor el que toma cuerpo en los valores de uso levita, trigo, etc. “El valor
de toda mercancía expresa su proporción en el cambio; por eso podemos
referirnos a él como a su. . . valor en trigo o en paño, según la mercancía con
que lo comparemos; y por eso existen mil valores diversos, tantos como
mercancías, valores todos ellos que tienen, por consiguiente, tanto de reales
como de imaginarios.” ("A Critical Dissertation on the "ature,
Measure and Causes of Value: chiefly in reference to the writings of Mr.
Ricardo and his followers.” By the Author of "Essays on the Formation etc.
of Opinions”, Londres, 1825, p. 39). S. Bailey, autor de esta obra anónima, que
en su tiempo levantó una gran polvareda en Inglaterra, cree haber descubierto
todas las determinaciones conceptuales del valor con apuntar a las diversas y
abigarradas expresiones relativas del valor de una misma mercancía. Por lo
demás, la irritación con que hubo de atacarle la escuela ricardiana, por
ejemplo en la Westminster Review es prueba de que, pese a sus propias
limitaciones, este autor llegó a tocar algunos puntos vulnerables de la teoría
ricardiana. 27 La forma de objeto general directamente permutable no presenta
al exterior ningún signo en que se revele la forma antitética de mercancía que
en él se encierra, forma tan es del carácter negativo del otro polo. Cabría,
por tanto, pensar que a todas las mercancías se puede imprimir a la vez el
sello de objetos directamente permutables, del mismo modo que cabría pensar que
todos los católicos pueden convertirse en papas. Para el pequeño burgués, que
ve en la producción de mercancías el non plus ultra de la libertad humana y de
la independencia individual, seria muy grato, naturalmente, ver remediados los
abusos que lleva consigo esta forma, entre ellos y muy principalmente el de la
imposibilidad de que, todos los objetos sean directamente cambiables. A pintar
esta utopía de filisteo se reduce el socialismo de Proudhon, que como hube de
demostrar en otro lugar no puede presumir ni siquiera de originalidad, ya que
tal socialismo fue desarrollado mucho antes de venir él, y bastante mejor, por
Gray, Bray y otros. Lo cual no obsta para que esa sabiduría haga hoy verdaderos
estragos entre ciertas gentes, bajo el nombre de “ciencia”. Jamás ninguna
escuela ha prodigado la palabra “ciencia” más a troche y moche que la
proudhoniana, pues sabido es que “a falta de ideas, se sale del paso con una palabreja”. 28
Recuérdese cómo China y las mesas rompieron a bailar cuando todo el resto del
mundo parecía estar tranquilo... pour encourager les autres. (12) 29 Nota a la 2° ed. Los antiguos germanos
calculaban las dimensiones de una yugada de tierra por el trabajo de un día,
razón por la cual daban a la fanega el nombre de Tagwek (o Tagwanne) (jurnale o
jurnalis, terra jurnalis, jurnalis o diornalis, en latín), Mannwerk,
Mannshraft, Mannsmahd, Mannshauet, etc. Véase Jorge Luis von Maurer, Einleitung
zur Geschichte der Mark–, Hof–, ustv, Verfassung, Munich, 1854, pp. 128 s. 30
Nota a la 2° ed. Por tanto, cuando Galiani dice que el valor es una relación
entre personas (“la ricchezza é una ragione tra due persone”), debería añadir:
disfrazada bajo una envoltura material (Galiani, Della Moneta, p. 220, t. III
de la Colección “Scrittori Classic Italiani di Economía Política”, dirigida por
Custodi. Parte Moderna. Milán, 1803). 31 “¿Qué pensar de una ley que sólo puede
imponerse a través de revoluciones periódicas? Trátase, en efecto, de una ley
natural basada en la inconsciencia de los interesados”. (Federico Engels,
“Apuntes para una crítica de la economía política”, en Deutsch–Franzosische
Jahrbücher, dirigidos por Arnold Ruge y Carlos Marx, París, 1844.) 32 Nota a la
2° ed. Tampoco en Ricardo falta la consabida estampa robinsoniana. “Al pescador
y al cazador primitivos nos los describe inmediatamente cambiando su pescado y
su caza como poseedores de mercancías, con arreglo a la propor- ción del tiempo
de trabajo materializado en estos valores de cambio, E incurre en el
anacronismo de presentar a su cazador y pescador primitivos calculando el valor
de sus instrumentos de trabajo sobre las tablas de anualidades que solían
utilizarse en 1817 en la Bolsa de Londres. Los 'paralelogramos del señor Owen'
parecen ser la única forma de sociedad que este autor conoce, fuera de la
burguesa.” (Carlos Marx, Contribución a la crítica , etc., pp. 38 y 39.) 33
Nota a la 2° ed. “Es un prejuicio ridículo, extendido en estos últimos tiempos,
el de que la forma de la propiedad colectiva natural sea una forma
específicamente eslava, más aún, exclusivamente rusa. Es la forma primitiva que
encon- tramos, como puede demostrarse, entre los romanos, los germanos y los
celtas, y todavía hoy los indios nos podrían ofrecer todo un mapa con múltiples
muestras de esta forma de propiedad, aunque en estado ruinoso algunas de ellas.
Un estudio minucioso de las formas asiáticas, y especialmente de las formas
indias de propiedad colectiva, demostraría cómo de las distintas formas de la
propiedad colectiva natural se derivan distintas formas de disolución de este
régimen. Así por ejemplo, los diversos tipos originales de propiedad privada
romana y germánica tienen su raíz en diversas formas de la propiedad colectiva
india”. (Carlos Marx, Contribución a la crítica , etc., p. 10.) 34 Cuán
insuficiente es el análisis que traza Ricardo de la magnitud del valor –y el
suyo es el menos malo – lo veremos en los libros tercero y cuarto de esta obra.
Por lo que se refiere al valor en general, la economía política clásica no
distingue jamás expresamente y con clara conciencia de lo que hace el trabajo
materializado en el valor y el que toma cuerpo en el valor de uso de su
producto. De hecho, traza, naturalmente, la distinción, puesto que en un caso
considera el trabajo cuantitativamente y en otro caso desde un punto de vista
cualitativo. Pero no se le ocurre pensar que la simple diferencia cuantitativa
de varios trabajos presupone su unidad o igualdad cualitativa, y por tanto, su reducción
a trabajo humano abstracto . Ricardo, por ejemplo, se muestra de acuerdo con
Destutt de Tracy, cuando dice: “Siendo evidente que no tenemos más riqueza
originaria que nuestras capacidades físicas y espirituales, el uso de estas
capacidades, una cierta especie de trabajo, constituye nuestro tesoro
originario; este uso es el que crea todas las cosas a que damos el nombre de
riquezas... Además, es evidente que todas esas cosas no representan más que el
trabajo que las ha creado , y si poseen un valor, o incluso dos valores
distintos, es gracias al del (al valor del) trabajo de que brotan.” ([Destutt
de Tracy, Eléments d'ideologie IV y V partes, París, 1826, pp. 35 y 36]. Véase
Ricardo, The Principles of Political Economy, 3° ed., Londres, 1821, p. 334.)
Advertimos de pasada que Ricardo atribuye a Destutt un sentido profundo que es
ajeno a él. Es cierto que Destutt dice, de una parte, que todas aquellas cosas
que forman la riqueza “ representan el trabajo que las ha creado”, pero por
otra parte dice que obtienen sus “dos valores distintos” (el valor de uso y el
valor de cambio) del “ valor del trabajo”. Cae por tanto en la simpleza de la
economía vulgar, al presuponer el valor de una mercancía (aquí, el trabajo)
para luego determinar, partiendo de él, el valor de las demás. Ricardo le
interpreta en el sentido de que tanto el valor de uso como el valor de cambio
representan trabajo ( trabajo y no valor de éste). Pero ni él mismo distingue
el doble carácter del trabajo, representado de ese doble modo, como lo
demuestra el que en todo el capítulo titulado “El valor y la riqueza, sus
características distintivas”, no hace más que darle vueltas, fatigosamente, a
las vulgaridades de un J. B. Say. Por eso, al terminar, se muestra
completamente asombrado de que Destutt esté de acuerdo con él acerca del
trabajo como fuente del valor , entendiéndose al mismo tiempo con Say al
definir el concepto de éste. 35 Uno de los defectos fundamentales de la
economía política clásica es el no haber conseguido jamás desentrañar del
análisis de la mercancía, y más especialmente del valor de ésta, la forma del
valor que lo convierte en valor de cambio. Precisamente en la persona de sus
mejores representantes, como Adam Smith y Ricardo, estudia la forma del valor
como algo perfectamente indiferente o exterior a la propia naturaleza de la
mercancía. La razón de esto no está solamente en que el análisis de la magnitud
del valor absorbe por completo su atención. La causa es más honda. La forma de
valor que reviste el producto del trabajo es la forma más abstracta y, al mismo
tiempo, la más general del régimen burgués de producción, caracterizado así
corno una modalidad específica de producción social y a la par, y por ello
mismo, como una modalidad histórica. Por tanto, quien vea en ella la forma
natural eterna de la producción social, pasará por alto necesariamente lo que
hay de específico en la forma del valor y, por consiguiente, en la forma
mercancía, 'que, al desarrollarse, conduce a la forma dinero, a la forma
capital, etc.' He aquí por qué aun en economistas que coinciden totalmente en
reconocer el tiempo de trabajo como medida de la magnitud del valor nos
encontramos con las ideas más variadas y contradictorias acerca del dinero, es
decir, acerca de la forma definitiva en que se plasma el equivalente general.
Así lo revelan, por ejemplo, de un modo palmario, los estudios acerca de los
Bancos, donde no bastan esas definiciones del dinero hechas de lugares comunes.
De aquí que surgiese, por antítesis, un sistema mercantilista restaurado
(Ganith, etc.), que no ve en el valor más que la forma social, o más bien su
simple apariencia, desnuda de toda sustancia. Y, para decirlo de una vez por
todas, advertiré que yo entiendo por economía política clásica toda la economía
que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del régimen burgués de
producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en
las concatenaciones aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos
los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta
convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales
suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo
demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades
eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción
se forman acerca de su mundo, corno el mejor de los mundos posibles. 36 “Los
economistas tienen un modo curioso de proceder. Para ellos, no hay más que dos
clases de instituciones: las artificiales y las naturales. Las instituciones
del feudalismo son instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales.
En esto se parecen a los teólogos, que clasifican también las religiones en dos
categorías. Toda religión que no sea la suya propia, es invención humana: la
suya, en cambio, revelación divina. Así, habrá podido existir una historia,
pero ésta termina al llegar a nuestros días.” (Carlos Marx, Misére de la
Philosophie. Reponse á la philosophie de la Misére par M. Proudhon , 1847, p.
113). Hombre verdaderamente divertido es el señor Bastiat, quien se figura que
los antiguos griegos y romanos sólo vivían del robo . Mas, para poder vivir del
robo durante tantos siglos, tiene que existir por fuerza, constantemente, algo
que pueda robarse, o reproducirse incesantemente el objeto del robo. Es de creer,
pues, que los griegos y los romanos tendrían también un proceso de producción,
y, por tanto, una economía, en que residiría la base material de su mundo, ni
más ni menos que en la economía burguesa reside la base del mundo actual. ¿0 es
que Bastiat piensa, acaso, que un régimen de producción basado en el trabajo de
los esclavos es un régimen de producción erigido sobre el robo como sistema ?
Sí lo piensa así, se situará en un terreno peligroso. Y sí un gigante del
pensamiento como Aristóteles se equivocaba al enjuiciar el trabajo de los
esclavos , ¿por qué no ha de equivocarse también al enjuiciar el trabajo
asalariado un pigmeo de la economía como Bastiat? Aprovecharé la ocasión para
contestar brevemente a una objeción que se me hizo por un periódico alemán de
Norteamérica al publicarse, en 1859, mi obra Contribución a la crítica de la
economía política . Este periódico decía que mi tesis según la cual el régimen
de producción vigente en una época dada y las relaciones de producción propias
de este régimen, en una palabra “la estructura económica de la sociedad, es la
base real sobre la que se alza la supraestructura jurídica y política y a la
que corresponden determinadas formas de conciencia social” y de que “el régimen
de producción de la vida material condiciona todo el proceso de la vida social,
política y espiritual” era indudablemente exacta respecto al mundo moderno, en
que predominan los intereses materiales, pero no podía ser aplicada a la Edad
Media, en que reinaba el catolicismo, ni a Atenas y Roma, donde imperaba la
política. En primer lugar, resulta peregrino que haya todavía quien piense que
todos esos tópicos vulgarísimos que corren por ahí acerca de la Edad Media y
del mundo antiguo son ignorados de nadie. Es indudable que ni la Edad Media pudo
vivir del catolicismo ni el mundo antiguo de la política. Lejos de ello, lo que
explica por qué en una era fundamental la política y en la otra el catolicismo
es precisamente el modo como una y otra se ganaban la vida. Por lo demás, no
hace falta ser muy versado en la historia de la república romana para saber que
su historia secreta la forma la historia de la propiedad territorial. Ya Don
Quijote pagó caro el error de creer que la caballería andante era una
institución compatible con todas las formas económicas de la sociedad. 37
“Value is a property of things , riches of men. Value, in this sense ,
necessarily implies exchange, riches do not”. Observations on certain verbal
disputes in Political Economy, particularly relating to value and to demand and
supply . Londres, 1821, p. 16. 38 “Riches are the attribute of man, value is
the attribute of commodities. A man or a community is rich, a pearl or a
diamond is valuable... A pearl or a diamond is valuable as a pearl or a
diamond.” S. Bailey, A Critical Dissertation, etc., p. 165.
39 El autor de las
“Observations” y S. Bailey reprochan a Ricardo el haber convertido el valor de
cambio de un valor puramente relativo en algo absoluto . Todo lo contrario. Es
él quien reduce la aparente relatividad que poseen estos objetos, los diamantes
y las perlas por ejemplo, considerados como valores de cambio, a la verdadera
relación que se esconde detrás de esa apariencia, a su relatividad como simples
expresiones que son del trabajo humano. Y si los ricardianos contestan a Bailey
bastante groseramente, pero sin argumentos decisivos, es sencillamente porque
el propio Ricardo no les orienta acerca del enlace interno que existe entre el
valor y la forma del valor o valor de cambio.
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