viernes, 27 de febrero de 2015



Por Oscar Acosta

Este dirigente revolucionario y preso político en dos ocasiones durante el puntofijismo, educador, sociólogo e investigador de la comunicación, en entrevista realizada por la redacción del Diario VEA, nos da su interpretación del llamado Caracazo.

Luego del transcurrir de los años: ¿Qué importancia le confiere al 27 de febrero de 1989 en la historia contemporánea de Venezuela?

Difícil responder de manera breve, pero lo intentaré a manera de un telegrama: en aquellos sucesos se materializó una carga subjetiva de descontento, de rechazo al orden establecido, de rabia y desesperanza acumulada por parte de un sector importante de los venezolanos y venezolanas.

Visto desde la óptica de su experiencia y conocimiento político ¿Qué relación puede establecer entre el estallido social de 1989 y la rebelión militar del 4 de febrero?

Aquí es importante reiterar la interpretación realizada por el Comandante Chávez, quien puntualizó el 27 de febrero como antecedente histórico inmediato de la rebelión del año 92. Lo sucedido en el “Caracazo” fue una señal inequívoca del agotamiento de una manera de gobernar, centrada en la partidocracia, la burocracia y la corrupción, aspectos estos que se convertirían en el eje motor de la insurgencia militar.

¿Se correspondieron los análisis y proyecciones políticas que se hacían en esos momentos con lo que sucedió? ¿Fue previsible el estallido?

El estallido social como tal era muy difícil predecirlo, mucho más si pensamos en su magnitud. Sin embargo, en el colectivo de la Editorial Primera Línea, proyecto en el cual me desempeñaba entonces, publicamos una revista teórica conocida como Cuadernos para el debate, donde se pueden encontrar un conjunto de análisis que daban cuentan de las crisis orgánica del capital, la crisis hegemónica como fractura intelectual y ética de la dominación.

Dicho de otra manera, se estaba profundizando el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de la gente y, al mismo tiempo, se acentuaba la pérdida de credibilidad en los partidos y el liderazgo tradicional, manifestándose en protestas y movilizaciones de calle que desafiaban al régimen. Tal cuadro, condujo al colectivo de Primera Línea a levantar la consigna, a organizar la desobediencia popular, como eje de la plataforma de lucha para ese entonces.

Algunos voceros opositores al Gobierno, alegando los problemas de escasez, indican de manera reiterada que puede repetirse la situación. ¿Lo cree usted posible?

Para nada puede reproducirse otro 27 de febrero y son varias las razones en contrario.

La primera de ellas es que existe en las bases populares chavistas un nivel político-ideológico, que opera como cemento que contiene los ataques del imperio y sus socios. A ello le debemos sumar que también existen tejidos organizativos orgánico (CLP, comunas, consejos comunales, movimientos sociales), con capacidad de ejercer el Poder Popular y defender el legado del Comandante Chávez. Otro factor importante es que la unidad cívico militar garantiza la defensa activa de la instituciones y el territorio, aun cuando pudiera existir algún tipo de descontento y de fractura en componentes aislados de la FFAA.

Ciertamente existen condiciones de las llamadas “objetivas” que producen malestar, como el desabastecimiento y la inflación, pero tales déficits por sí solos y en forma automática no conducirán a una explosión social. El imperio en su nueva estrategia viene trabajando la conflictividad social y exponenciándola con operaciones sicológicas de gran envergadura, pero su éxito depende en buena medida de la capacidad de respuesta de la Revolución, de la movilización permanente, de la profundización del proceso y, por supuesto, del castigo ejemplar a los conspiradores y saboteadores.

Apartando los análisis e interpretaciones políticas, ¿Cuál fue su vivencia e impresión personal en aquel entonces?

La experiencia del 27 de febrero nos tocó muy de cerca como colectivo. Sin la pretensión de asumir ningún protagonismo, hay verdades históricas que pueden rastrearse documentalmente.

Algunos de los pocos colectivos (muy minoritarios, por supuesto ) que se pusieron a tono con la situación fueron la Editorial Primera Línea y los compañeros de Hombre Nuevo del 23 de Enero, quienes a pocas horas del estallido, comenzaron a sacar volantes y a hacer batidas de calle. Esto no fue accidental, ya que no solo existían los reflejos conspirativos, si no que veníamos realizando constantes acciones de protesta, básicamente estudiantiles, por lo que estábamos preparados para un accionar de calle. 

Camaradas nuestros pudieron asumir el acompañamiento de las multitudes en la calle, confraternizando con fuerzas militares, tal como le ocurrió al querido y ya fallecido “Negro” Villafaña, en la Av. San Martín, quien junto a un oficial y 20 soldados, por decirlo de algún modo, “orientó” los saqueos.

Esos mismos reflejos, permiten entender cómo la compa- ñera Yulimar Reyes se colocó al lado del pueblo en Parque Central, siendo la primera asesinada de esas jornadas, la primera víctima de esa bárbara e irracional matanza, que costó la vida a miles de inocentes. El segundo día se desató la cacería contra la Editorial y el colectivo Hombre Nuevo, siendo detenidos y torturados bárbaramente Roland Denis, Yanco Verategui, Wilfredo Oloyola, entre otros.

La sede de la imprenta del proyecto fue allanada y destruida su maquinaria. En esa razia fui perseguido y obligado a pasar a la clandestinidad.


Se nos abrió un juicio militar a 11 compañeros, pasados a tribunal, siendo cerrada la causa a las pocas semanas. El Gobierno buscaba chivos expiatorios, pero ¿cómo culpar a nadie de la rebelión de millones de personas indignadas por 40 años de expolio y engaño?

No hay comentarios:

Publicar un comentario