Por Oscar Acosta
Este dirigente
revolucionario y preso político en dos ocasiones durante el puntofijismo,
educador, sociólogo e investigador de la comunicación, en entrevista realizada
por la redacción del Diario VEA, nos da su interpretación del llamado Caracazo.
Luego del transcurrir de los
años: ¿Qué importancia le confiere al 27 de febrero de 1989 en la historia
contemporánea de Venezuela?
Difícil responder de manera
breve, pero lo intentaré a manera de un telegrama: en aquellos sucesos se
materializó una carga subjetiva de descontento, de rechazo al orden
establecido, de rabia y desesperanza acumulada por parte de un sector
importante de los venezolanos y venezolanas.
Visto
desde la óptica de su experiencia y conocimiento político ¿Qué relación puede
establecer entre el estallido social de 1989 y la rebelión militar del 4 de
febrero?
Aquí es importante reiterar
la interpretación realizada por el Comandante Chávez, quien puntualizó el 27 de
febrero como antecedente histórico inmediato de la rebelión del año 92. Lo
sucedido en el “Caracazo” fue una señal inequívoca del agotamiento de una
manera de gobernar, centrada en la partidocracia, la burocracia y la
corrupción, aspectos estos que se convertirían en el eje motor de la
insurgencia militar.
¿Se correspondieron los
análisis y proyecciones políticas que se hacían en esos momentos con lo que
sucedió? ¿Fue previsible el estallido?
El estallido social como tal
era muy difícil predecirlo, mucho más si pensamos en su magnitud. Sin embargo,
en el colectivo de la Editorial Primera Línea, proyecto en el cual me
desempeñaba entonces, publicamos una revista teórica conocida como Cuadernos
para el debate, donde se pueden encontrar un conjunto de análisis que daban
cuentan de las crisis orgánica del capital, la crisis hegemónica como fractura
intelectual y ética de la dominación.
Dicho de otra manera, se
estaba profundizando el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de la
gente y, al mismo tiempo, se acentuaba la pérdida de credibilidad en los
partidos y el liderazgo tradicional, manifestándose en protestas y
movilizaciones de calle que desafiaban al régimen. Tal cuadro, condujo al
colectivo de Primera Línea a levantar la consigna, a organizar la desobediencia
popular, como eje de la plataforma de lucha para ese
entonces.
Algunos voceros opositores
al Gobierno, alegando los problemas de escasez, indican de manera reiterada que
puede repetirse la situación. ¿Lo cree usted posible?
Para nada puede reproducirse
otro 27 de febrero y son varias las razones en contrario.
La primera de ellas es que
existe en las bases populares chavistas un nivel político-ideológico, que opera
como cemento que contiene los ataques del imperio y sus socios. A ello le
debemos sumar que también existen tejidos organizativos orgánico (CLP, comunas,
consejos comunales, movimientos sociales), con capacidad de ejercer el Poder
Popular y defender el legado del Comandante Chávez. Otro factor importante es
que la unidad cívico militar garantiza la defensa activa de la instituciones y
el territorio, aun cuando pudiera existir algún tipo de descontento y de
fractura en componentes aislados de la FFAA.
Ciertamente existen
condiciones de las llamadas “objetivas” que producen malestar, como el
desabastecimiento y la inflación, pero tales déficits por sí solos y en forma
automática no conducirán a una explosión social. El imperio en su nueva
estrategia viene trabajando la conflictividad social y exponenciándola con
operaciones sicológicas de gran envergadura, pero su éxito depende en buena
medida de la capacidad de respuesta de la Revolución, de la movilización
permanente, de la profundización del proceso y, por supuesto, del castigo
ejemplar a los conspiradores y saboteadores.
Apartando los análisis e
interpretaciones políticas, ¿Cuál fue su vivencia e impresión personal en aquel
entonces?
La experiencia del 27 de
febrero nos tocó muy de cerca como colectivo. Sin la pretensión de asumir
ningún protagonismo, hay verdades históricas que pueden rastrearse documentalmente.
Algunos de los pocos colectivos
(muy minoritarios, por supuesto ) que se pusieron a tono con la situación
fueron la Editorial Primera Línea y los compañeros de Hombre Nuevo del 23 de
Enero, quienes a pocas horas del estallido, comenzaron a sacar volantes y a
hacer batidas de calle. Esto no fue accidental, ya que no solo existían los
reflejos conspirativos, si no que veníamos realizando constantes acciones de
protesta, básicamente estudiantiles, por lo que estábamos preparados para un
accionar de calle.
Camaradas nuestros pudieron asumir el acompañamiento de las
multitudes en la calle, confraternizando con fuerzas militares, tal como le
ocurrió al querido y ya fallecido “Negro” Villafaña, en la Av. San Martín,
quien junto a un oficial y 20 soldados, por decirlo de algún modo, “orientó”
los saqueos.
Esos mismos reflejos, permiten entender cómo
la compa- ñera Yulimar Reyes se colocó al lado del pueblo en Parque Central,
siendo la primera asesinada de esas jornadas, la primera víctima de esa bárbara
e irracional matanza, que costó la vida a miles de inocentes. El segundo día se
desató la cacería contra la Editorial y el colectivo Hombre Nuevo, siendo
detenidos y torturados bárbaramente Roland Denis, Yanco Verategui, Wilfredo Oloyola,
entre otros.
La sede de la imprenta del
proyecto fue allanada y destruida su maquinaria. En esa razia fui perseguido y
obligado a pasar a la clandestinidad.
Se nos abrió un juicio
militar a 11 compañeros, pasados a tribunal, siendo cerrada la causa a las
pocas semanas. El Gobierno buscaba chivos expiatorios, pero ¿cómo culpar a
nadie de la rebelión de millones de personas indignadas por 40 años de expolio y
engaño?
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